La foto

Autor: Guillem

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Desde que Kevin nació, siempre estuvo muy presionado por su familia. Sobre todo por su padre, un famosísimo nadador profesional. Soportar dicha presión era muy difícil para un hijo de un campeón olímpico del estilo crol… Y aún más si este chico no sabía ni nadar.

Muchas fueron las burlas que sufrió en las clases de natación que, cansado de sus compañeros, abandonó hace ya un par de años. Para dejarlo, le costó muchísimo convencer a sus padres, y hasta se escapó de la piscina un par de veces para así ahorrarse lo que, para él, era una contínua tortura acuática.

Todos en su familia eran verdaderos ases de la natación. Su madre había competido de joven a nivel nacional… y su hermano mayor seguía los pasos de su progenitor. Así, cansado de ir con ellos a la piscina, Kevin se quedaba en casa. Solo. Fue con el pasar del tiempo que él se acostumbró a la soledad.

Como se aburría, empezó a dibujar. Como le hacía vergüenza, siempre lo hacía a escondidas. Se imaginaba (y dibujaba) a sí mismo siendo un gran nadador, y ganando medallas como el resto de su familia. Con el tiempo, esos dibujos empezaron a ser cada vez más y más realistas.

Más adelante, se cansó de dibujarse solamente a sí mismo y se le ocurrió recrear fotografías. Obviamente, las paredes de su casa estaban repletas de fotografías enmarcadas de varios campeonatos. Se preparó un té, cogió una foto en blanco y negro de su padre y empezó a dibujar. Se concentraba muchísimo en cada trazo: se relajaba al notar como el lápiz dejaba un rastro en el papel. Le encantaba como ese ligero sonido rompía el silencio que le rodeaba…

Tan grande fue la concentración aquel día que, sin querer, tumbó el té y éste se derramó por toda la fotografía. Como mínimo, su obra quedó intacta. Pero, por desgracia, escuchó el ruido del coche de sus padres, que volvían de entrenar. Él no quería dar explicaciones de lo que estaba haciendo, porque sabía que su padre le sacaría el tema de que debería centrarse en aprender a nadar, y no en chorradas como el dibujo.

“No tengo tiempo de imprimir la foto de nuevo.” - Pensó.

Y la única solución con la que dio fue, rápidamente, cambiar la fotografía por el dibujo, y disimular.

Aunque la jugada pareciese poco ortodoxa, le salió bastante bien: nadie se dio cuenta al entrar. El problema vino después cuando, al día siguiente, su madre bajó a tirar la basura. Pero, con una racha de viento, le voló una fotografía del cubo, y aterrizó en sus pies. Reconoció esa imagen al instante: ¡la tenían colgada en el salón!

Cuando entró, fue a mirar si la fotografía seguía ahí, colgada. Y, efectivamente, ahí estaba. Solo que, en la esquina inferior derecha, aparecía un garabato. Aquello resultó ser la firma de Kevin quien, al finalizar su obra, no pudo resistirse a la tentación de firmarla (y fue ahí cuando derramó el vaso).

La madre, que había reconocido perfectamente esa caligrafía impecable, quedó impresionada con el talento que poseía su hijo menor. Así que fue a hablar con él.

Cuando el pobre Kevin vio entrar en su habitación a su madre con el dibujo en la mano, ya podía ver venir la que le caería encima. Pero se equivocaba. Su madre le felicitó enormemente, pero le preguntó por qué lo había sustituido por la foto original.

Él le contó la verdad: que había mojado la fotografía sin querer y le daba miedo que ella o papá le prohibieran volver a dibujar.

Su madre le dijo que a ella le había encantado el dibujo… y que, de tan realista que era, nadie más se había dado cuenta.

Kevin se animó tanto al oír eso que, aquél día, acompañó a su familia a la piscina. Hasta se animó a nadar pero, después de casi ahogarse un par de veces volvió a salir del agua.

Pero, se prometió a sí mismo que aquél verano aprendería a nadar ¡de una vez por todas!