Verlo venir

Autor: Guillem

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Imagínate vivir en un mundo en el que, cuanto más te alejes de las cosas, más grandes las veas.

Esto, aunque pueda parecer una tontería, para Alan, se convirtió en una realidad como una catedral. Una catedral tan grande como la Basílica de San Pedro, para ser exactos.

Podría empezar esta historia explicándote que Alan era un chico normal, pero así es como empiezan ya muchos relatos. Iré al grano: Alan está bajo los efectos de una maldición, porque su profesora de matemáticas del año pasado le hechizó.

Dicha profesora era el antónimo al estereotipo de profesor enrollado (que tanto le gustan a Alan). Hablar en clase estaba prohibidísimo, daba deberes por un tubo y, de vez en cuando, en sus exámenes se le “colaban” (según ella) algunos ejercicios de temario aún no explicado en clase. Es más, desde su llegada al instituto Francisco de Quevedo, pasó poco tiempo para que la bautizaran como ‘la bruja’. Y, para sorpresa de Alan, efectivamente: era una bruja de verdad.

Alan no era para nada responsable: se pasaba las tardes jugando al fútbol y, cuando al día siguiente tenía que entregar deberes, los hacía a toda prisa. Casi siempre estaban mal pero, como mínimo, los llevaba hechos.

Su estrategia le funcionó bastante bien durante toda su etapa escolar, hasta que se cruzó con ‘la bruja’. Ésta podía ser muy borde, pero era también muy lista. Cuando se hartó de que Alan hiciera los deberes mal (y aún peores exámenes), le hizo quedar durante el recreo para hablar con él. Por suerte para Alan, la charla duró poco. Pero, cuando terminó, la profesora hizo un disimulado chasquido con los dedos. Fue ahí cuando el chico pestañeó y, cuando abrió los ojos, empezó la maldición.

Salió de la clase con muchas dificultades (aún no estaba acostumbrado) y se fue al recreo disimulando lo máximo posible. Él todavía no sabía que había pasado, pero no quiso decir nada a nadie porque sabía que le tomarían en broma. Más tarde, reflexionó y llegó a la conclusión de que su ‘profe’ lo había hechizado. Así que decidió hablar con ella mañana.

Desgraciadamente, cuando empezó la clase de matemáticas, entró un profesor.

Buenos días, -dijo el extraño- soy Javier, y seré vuestro profesor de matemáticas a partir de ahora. La bruj… Quiero decir, la señora Rodríguez está de baja y no se sabe cuando volverá.

La clase entera, menos Alan, empezó a aplaudir y a gritar; hasta que Javier les pidió silencio.

No os tenéis que poner así. Yo también fui alumno de la señora Rodríguez y, aunque sea muy exigente, con el tiempo llegué a agradecérselo. -explicó el sustituto- Venga, abrid el libro por la página 36.


Al empezar la clase, Alan se dio cuenta de que ahora era un afortunado de sentarse atrás: veía perfectamente la pizarra. Aunque esta maldición tuviera sus aspectos positivos, el chico quería que todo volviera a la realidad. Por eso, pensó que, quizás Javier le podría ayudar al respecto; ya que también fue alumno de la señora Rodríguez.

Así que, cuando sonó el timbre, Alan fue a explicárselo todo al profesor.

Me alegra que hayas tenido la valentía para contármelo. -empezó Javier- ¿Sabes una cosa? A mí también me hechizó en su día. Los efectos se pasan en una semana.

Javier le explicó a Alan que él tampoco era muy disciplinado de pequeño. Y la señora Rodríguez le hechizó para que, según ella, cuando tuviera deberes para dentro de una semana, los vería venir desde lejos y no los dejaría para última hora.

Aunque pueda parecer una estupidez, -añadió- es un castigo muy duro, supongo que ya te has dado cuenta. A mí, personalmente me ayudó muchísimo para esforzarme. Tanto que, hoy en día, a parte de daros clase, estoy trabajando para obtener un doctorado.


Gracias a esta experiencia, Alan se volvió mucho más responsable y disciplinado. Gracias a estas cualidades, se volvió muy bueno en matemáticas y, al verse capaz de resolver retos complicados, hasta le empezaron a gustar.

Años más tarde, se desencadenaría la cuarta guerra mundial en la que, un matemático llamado Alan, ayudó al ejército de la alianza con su invento: unas gafas para ver las cosas más grandes cuanto más lejos estén.