Alcatraz

Autor: Guillem

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Tras varios intentos de fuga del centro penitenciario Leavenworth, el reputado (en el mal sentido de la palabra) Floyd Alonso fue trasladado a la cárcel más blindada de los Estados Unidos de América, Alcatraz. Ésta era un simple edificio, sin una gran valla que la rodease, simplemente estaba rodeada por el gélido océano Pacífico. Conocida mundialmente por su impecable historial de fugas: 0.

Aunque todas estas características puedan causar miedo en las mentes de los mayores criminales de la historia, para Floyd era completamente al revés. Para él, todas estas trabas solamente le motivaban a querer ser el primero en escapar de Alcatraz.

Como podéis comprobar, era un hombre que vivía por los retos… y él encontró esos retos en la delincuencia. Su familia era una de las más adineradas de Leavenworth, pero él quería vivir una vida plagada de aventuras como si fuese el protagonista de una película dirigida por Alejandro Jodorowsky. Le encantaba burlar los sistemas de seguridad, atracar bancos y huir de la policía. Eso sí, cuando lo pillaban y lo encarcelaban, se negaba a pagar la fianza. Para él, era el castigo por no haber sido más hábil que las autoridades. Pero, al poco tiempo de estar encerrado, quería volver a sentir la libertad y esa sensación de incertidumbre. Por eso, siempre trazaba algún plan para huir… y casi siempre con éxito.

Fueron todas esas peripecias que lo llevaron a ser transportado en un buque hacia La Roca, la isla donde se encontraba Alcatraz. Esposado, pero con una sonrisa en la boca. Ninguno de los guardias lo entendía, pero pensaron que debía ser algún tipo de técnica rebuscada que se había inventado y, por eso, trataron de ignorarlo.

Una vez amarrados en el puerto de La Roca, un guarda muy bruto pero fuerte -llamado Brian- cogió a Floyd por el hombro y lo arrastró hasta tirarlo en tierra firme. Ahí, nuestro protagonista ya se las apañó para levantarse solo (aún esposado), para que no lo volviera a agarrar aquel individuo de casi dos metros.

Llegó a la entrada de Alcatraz. Era majestuosamente monstruosa: gris, maciza, enorme y con alguna grieta pero, en general, bien cuidada. La construcción dejó alucinado a Alonso, quien todavía estaba disimulando su asombro con una sonrisa. Pero, sabía que no podía perder mucho el tiempo, y empezó a memorizar el edificio entero para crear un mapa mental, muy útil a la hora de trazar el plan de escape. Pasó por las celdas, para ver si encontraba ahí algún viejo conocido que le pudiera ayudar, pero sin suerte. Los guardias le acompañaron hasta su celda en la que, de un portazo (de ésos que hacen ruido a metal), dejaron a nuestro protagonista solo.

Durante las primeras semanas, Floyd intentó ser un preso ejemplar e impecable. Todo y sus esfuerzos para ganarse la confianza de los guardias, éstos no le quitaban el ojo de encima: su mala fama ya era permanente. Aun así, él confiaba en sus capacidades; así que se dedicó a encontrar lagunas (si había alguna) en la seguridad Alcatraz. Además, hablaba con los presos más veteranos, para enterarse de todos los intentos de fuga fallidos y el por qué de su fracaso.

Pasado un mes de condena, Alonso conocía toda la cárcel de cabo a rabo, con todos sus secretos y curiosidades. Además, había conseguido un mapa de La Roca, que se lo había cambiado a otro preso por su comida de la cena. Por las noches, empezó a planear su huida, pero hacía poco tiempo cada día porque sabía que, si no dormía, la mañana siguiente estaría demasiado cansado para ser “un preso ejemplar”.

Como avanzaba tan despacio, pensó que sería buena idea ir avanzando el plan a medida que lo trazaba. Así que, ya desde los primeros días, se hizo con una lija para ir debilitando los barrotes de la ventana de su celda. Lijaba muy poco cada día, para que los guardias no notaran el cambio y, por si éso no fuese suficiente, embadurnaba los barrotes con un poco de grasa para motor, que había robado del taller.

Mientras estaba desgastando la ventana de la celda, continuaba su plan. Él solamente sabía que saltar por la ventana era la mejor opción, porque podía hacerlo de noche, cuando no lo vieran. Eso sí, después de escapar de su celda, tendría que encontrar la forma de bajar los diez metros que lo separaban del suelo de La Roca, sin matarse en el intento.

Finalmente, optó por fabricar una cuerda a base de edredones, toallas y mantas. Éstas las conseguiría de la lavandería, así que se tenía que le preguntó a su tutor, Josh, si se podría cambiar del taller de mecánica a la lavandería. Aunque los guardias habían advertido a Josh que, por muy buen expediente que tuviera, que no le diera ningún tipo de privilegio, el tutor pensó que no había ningún problema en que cambiase de aires. Grave error.

En dos semanas, Floyd ya tenía la ventana lista y la “cuerda” fabricada. Solo faltaba la manera de salir de la isla. Como la fase final de su plan dictaba, debía esperar a una noche que amarrase algún barco al muelle. Además, para despistar al máximo número de guardias (que no eran pocos) se había compinchado con Robert, uno de los prisioneros más veteranos de Alcatraz. El trato era que, a cambio de que Floyd le ayudase en su trabajo, Robert fingiría un ataque al corazón al momento quisiera escapar. El anciano preso trabajaba en la cantera de Alcatraz, y ese día solicitó hacer el turno de noche.

Cuando amarró el ansiado barco al muelle, Robert empezó a representar su escena. Los médicos de la cárcel fueron corriendo hacia la pedrera, donde se hallaba el pobre hombre. Fue en ese momento cuando Floyd Alonso reventó los barrotes de su ventana de una patada, ató su cuerda y se puso a bajar el edificio lo más rápido posible.

Una vez en el suelo, nuestro protagonista cortó un trozo de la cuerda con una piedra y se fue corriendo hacia el muelle. Ahí, se escondió detrás de un arbusto, al descubrir que la embarcación estaba siendo vigilada por dos guardias. Confiaba tanto en sus habilidades que decidió que usaría el trozo de cuerda como honda. Cogió sigilosamente una piedra del suelo, la cargó y, imitando el movimiento de un latigazo, dejó inconsciente a uno de los guardias. Antes que el otro pudiera ni siquiera reaccionar, Floyd ya había cargado otra piedra y, ahora con más furia, la tiró contra el guardia que estaba de pie. Tal vez, Floyd Alonso tuviera algunas raíces de los prehistóricos menorquines, porque su habilidad no era normal.

Se apresuró a meterse dentro del barco y poner rumbo a San Francisco. Durante el trayecto, empezó a oír como las sirenas de Alcatraz sonaban enloquecidas. Él apagó las luces de la embarcación y se guiaba por las luces que se veían desde la ciudad, que ya estaba cerca. Cuando vio que estaba a una distancia razonable, volvió a encender las luces, tiró los dos botes salvavidas y se montó en uno. Floyd sabía que la policía iría a perseguir el barco y, cuando se dieran cuenta de que estaba abandonado, nadie sabría con cuál de los dos botes se había escapado.

El plan hubiera sido perfecto si no fuese porque, al llegar a una playa con el bote, se tumbó un rato en la arena, para presenciar la decepción de los guardias de Alcatraz. Pero, por desgracia, se durmió en la arena.

Al día siguiente, se despertó en un calabozo. Cuando ya era consciente, un policía se le acercó y le explicó que, de tantas veces que había escapado de la cárcel, lo habían dado por imposible. Querían hablar con él, para saber si estaría interesado en “cambiarse de bando” y dedicarse a encontrar maneras de huir de las cárceles, para así hacerlas más seguras. Floyd Alonso ya no se notaba tan joven como antes y, después de la reciente fuga, había notado que ya no tenía la energía suficiente como para seguir en la delincuencia. Así que, después de reflexionarlo profundamente, aceptó.